viernes, 2 de diciembre de 2016

Antes de nacer


El feto en la matriz, Leonardo da Vinci, 
circa 1510. The Queen’s Gallery, 
Buckingham Palace, Londres
Todavía le falta desplegarse a la vida. Por ahora está plegado, vuelto sobre sí mismo; la cabeza inclinada hacia adelante, las extremidades recogidas hacia el torso. Absorto en su propio ser.
El cordón umbilical, que rodea las nalgas, todavía no sabe la tragedia del tajo que pronto lo separará del feto.
Éste es el dibujo de un embrión de siete meses con placenta de vaca, lo más parecido a una placenta humana que consiguió Leonardo, que había nacido en Vinci, no lejos de Florencia. Lo hizo hace más de quinientos años.
La imagen aparece en un mar (quizá un mar de líquido amniótico) de otras imágenes y de esas anotaciones con la escritura especular que usaba para cifrar sus pensamientos. Hay detalles de la vena umbilical, bocetos de un embrión de pollo, apuntes sobre la luz y la sombra, un diagrama de la visión binocular. Un mundo de maravillas.
La posición fetal misma es una maravilla. Es la que recomiendan en catástrofes inminentes para minimizar las heridas. Ante el peligro, volver a la posición fetal, la posición que espera desplegarse a la vida. Contradecir la posición decúbito dorsal, la de los cadáveres que se tienden sobre la espalda a mirar inútilmente al cielo; la posición de la muerte.

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