viernes, 16 de mayo de 2014

El pecado de la ropa

Rolla, Henri Gervex, 1878. Musée de d’Orsay, París
Es un cuerpo sin coartadas. Un cuerpo entibiado por el sol tibio. Un dormido cuerpo que no necesita excusas para su desnudez.
Él no. Él tiene la cara ensombrecida, la cara rehúsa la luz de la mañana recién inaugurada. La camisa desastrada viene de los excesos de anoche; una noche quizá loca, es decir, triste.
En primer plano, la ropa abandonada. El corsé todavía conserva la forma de su pecho, de su cintura blanca. La enagua guarda amorosamente los gestos del cuerpo.
Hay una clave en esta ropa desamparada: la galera de él sobre el corsé. Él la desnudó antes de desvestirse. Después arrojó su propia ropa sobre el sillón, sobre la ropa que le había quitado. Volvió a vestirse, la galera quedó olvidada.
Después nos enteramos que los circunspectos académicos de Bellas Artes retiraron este cuadro del Salón de París de 1878. Era francamente inmoral. No por el cuerpo desnudo, ni porque ella fuera una prostituta (como dan a entender las joyas sobre la mesita de luz), ni porque representa un después del sexo (como sugiere el bastón que emerge del corsé).
Era inmoral por la retórica de la ropa, que es una extensión de los cuerpos. Y que dice, dice mucho más de lo que los señores académicos estaban dispuestos a tolerar.